En estos días estaba pensando en lo difícil que es marcharse, darse media vuelta y volver por donde has venido.
Pensaba en lo difícil que es poner punto final, cerrar una puerta, hacer mutis por el foro con dignidad, sin resentimientos, sin traumas, sin tristezas.
Irte sin hacer ruido, con la cabeza alta, por si algún día te da por volver o a ella le da por llamarte para que vuelvas. Es muy difícil decir hasta aquí hemos llegado, porque siempre quieres llegar a más. Es muy difícil que tu boca pronuncie un rotundo se acabó, cuando prefieres gritar continuará.
Que difícil es dar un portazo entre interrogantes, irte un minuto antes de que te echen o de que te odien por ser un cobarde, por no saber dar un paso atrás.
Pensaba, que es mejor tragarse las lágrimas de espaldas a la persona a la que amas. Pensaba que es mejor marcharse con la maleta llena de recuerdos, dejando colgados en el armario los trajes de reproches, las prendas de dolor, la ropa íntima salpicada del sexo que nunca tuvimos y que ya no tendremos jamás.
Que es mucho mejor, marcharte por tu propio pie y no con una patada en el culo. Que hay que irse antes de que te tiren los zapatos por el hueco de la escalera y tus ilusiones por el pasillo.
De hecho, es mejor marcharse con una sonrisa en la boca, abriendo las ventanas para ventilar el aire viciado de pensamientos negativos. Marcharse de puntillas para que valoren tu ausencia, marcharte descalzo sin hacer ruido antes de que te olviden, marcharte con discreción para dejar un buen sabor de boca.
Los que todavía no sabemos marcharnos a tiempo, la vida nos enseña a despedirnos de manera involuntaria de las personas que queremos. Y cuando eso sucede, siempre repetimos la misma pregunta ¿porqué no supe marcharme a tiempo?
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